Las personas de esta era estamos automatizadas. Sabemos siempre qué hacer después de cual o tal cosa. Si nos despertamos a las ocho de la mañana tenemos veinte minutos para desayunar y estar en la parada del ómnibus de ida al trabajo. En la hora de descanso llamamos a ver cómo está todo, y nos encargamos de resolver el día. En el correr de la tarde llegamos a casa, merendamos, miramos tele, cenamos, nos acostamos. Al otro día nos levantamos a las ocho menos diez, tenemos media hora en lugar de veinte minutos. Estas costumbres nos hacen cada vez más predecibles: los comentarios, las acciones y los pensamientos; y dejan menos lugar a emociones nuevas y puras.
En la adolescencia, donde cada paso es crucial para nuestra imagen y vida social, creemos que tenemos que pertenecer a algún grupo, actuamos. Muchas veces en contra de nuestro pensamiento y nos quedamos ahí, dóciles, hasta que alguien se revela. ¿Quién? pude haber sido yo, o capaz que Andrea, o alguna otra que se cansó que hablen mal por la espalda de todas, hasta de ella misma quizá. Y eso tiene un valor superior, hace que los demás vean cuán importante fue su manera de pensar. Eso hace que la vean como verdadera, como una persona capaz de cualquier cosa, y eso, enamora.
Más adelante en la vida descubriste que en esas decisiones que te jugaste a lo seguro no fueron lo que esperabas. Tuviste tres novios estables y algunos vaivenes más. Pero ahora estás sola porque esas relaciones no te daban lo que precisabas, y quizá ahora soltándote un poco, él se fija en vos. Actuá como sos, decile algo arriesgado, dejá que te conozca, se divertida, misteriosa, como seas, pero se vos misma. Pensá que nadie está mirando, ni siquiera él, estás aislada, que no hay nadie más a quien impresionar, rompé esos prejuicios y soltate vas a ver qué divertido es y qué bien que te sentís. Ponele amor a lo que hagas, y sentite linda, que siendo vos lo sos.
Donde la belleza ya no pasa sólo por ser más flaca, más alta, “más más”, sino que por ser real, espontánea y fresca hay dos tipos de mujeres. Las primeras sin substancia, las hay de sobra: se emulan, multiplican y luego descartan, porque igual siempre va a haber otra muy parecida. Pero a ellos, como a nosotras, les gustan las segundas, las que cuesta un poco más descifrarlas, que nadie más tiene.
Un día, cansada de la rutina pisé fuerte y me dije: “¡Basta!”
Ahí es cuando recordé los mejores momentos de mi vida, en los que me reí sin parar, y decidí una vez más volverlo a enamorar. ¿Cómo? Sorprendiéndome de mi misma para poder sorprenderlo a él. Y ahora te digo a ti, no importa si sos baja o alta, o si te entra o no un vestido talle ocho.
Si tenés quince, treinta o cincuenta años sorprendete a vos, sorpréndelo a él.
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